jueves, 22 de febrero de 2018

Antonio Machado, haciendo camino al andar....


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 
y un huerto claro donde madura el limonero; 
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; 
mi historia,  algunos casos que recordar no quiero.



Lo conocí de chico, cantado por Serrat. Y aprendí a quererlo. Y era una alegría para mí cuando en el colegio nos tocaba leer y analizar alguno de sus poemas, Y de su mano recorría los campos de Soria, o de Andalucía...
Después, en la Universidad aprendí sobre esa generación del 98, del que era ilustre representante, y sobre esa República Española, por la que sufrió en sus últimos años. Murió un día como hoy en su exilio francés, hace 79 años.



De la ciudad moruna 
tras las murallas viejas, 
yo contemplo la tarde silenciosa, 
a solas con mi sombra y con mi pena.

El río va corriendo,
 entre sombrías huertas
 y grises olivares, 
por los alegres campos de Baeza.

Tienen las vides pámpanos dorados
 sobre las rojas cepas. 
Guadalquivir, como un alfanje roto
 y disperso, reluce y espejea.

Lejos, los montes duermen
 envueltos en la niebla, 
niebla de otoño, maternal; descansan 
las rudas moles de su ser de piedra 
en esta tibia tarde de noviembre,
 tarde piadosa, cárdena y violeta.

El viento ha sacudido
 los mustios olmos de la carretera, 
levantando en rosados torbellinos
 el polvo de la tierra. 
La luna está subiendo
 amoratada, jadeante y llena.

Los caminitos blancos 
se cruzan y se alejan, 
buscando los dispersos caseríos 
del valle y de la sierra. 
Caminos de los campos... 
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!

Vaya entonces nuestro homenaje a este gran poeta, Antonio Machado

Y cuando llegue el día del último viaje, 
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar.

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